lunes, 27 de enero de 2014

Un blog muy interesante sobre la historia del PCI



Luigi Longo y la historia del PCI es el blog del historiador comunista Alex Hobel. En el podemos encontrar amplia información sobre los dos libros que ha publicado sobre el secretario general del PCI que sucedió a Palmiro Togliatti. Los libros son: "El PCI de Luigi Longo" dedicado a la etapa de Longo como secretario general del partido y "Luigi Longo, una vida partisana" que se refiere a los primeros años de su vida, a su importante participación en la Guerra Civil española y finaliza con las luchas partisanas y la liberación de Italia del fascismo. Tengo el primero de los libros y sólo he podido, de momento, echarle un vistazo, pero estoy seguro que descubre muchas cuestiones sobre un personaje al que la historia parece haberle dejado solo definido como "el sucesor de Togliatti":


http://luigilongoestoriapci.wordpress.com/
 
 
 




viernes, 24 de enero de 2014

Diccionario gramsciano




http://www.gramscitalia.it/dizionario.html


Entrevista a Joan Tafalla

´Permanecer en la UE y en el euro es perpetuar la miseria de por vida´

El historiador Joan Tafalla imparte una charla este jueves en la Escuela de Magisterio


Joan Tafalla, durante la entrevista, ayer, en el parque San Telmo en Las Palmas de Gran Canaria. | juan carlos castro
Joan Tafalla, durante la entrevista, ayer, en el parque San Telmo en Las Palmas de Gran Canaria. | juan carlos castro
Joan Tafalla, historiador, maestro y coautor de la 'La izquierda como problema', entre otras obras, participa hoy en las jornadas que organiza el Foro de Formación y Debate Fernando Sagaseta, sobre 'Cómo construir esa otra Europa necesaria'. Sostiene que la situación del empleo en España y, en concreto, en Canarias se ha convertido en un problema estructural. La salida de la crisis, en su opinión, pasa por dejar la Unión Europea y el euro y que se unan los países periféricos.
Su conferencia versa sobre la Europa del empleo ¿Es posible?

Las posibilidades que hay en España para mejorar su situación social desde, mi punto de vista, ahora son cero. Si no cambia el diseño de la Unión Europea, el sistema está hecho para que haya un centro y una periferia. Y a España le toca el papel de periferia y no hay ninguna posibilidad de mejorar. Alemania y Francia son los fundadores, potentes, y son los que diseñan ese artefacto que llama Europa, pero que es la Unión Europea. Y para solucionar problemas, como el paro, hay que cambiar las reglas de los países periféricos de Europa.

¿A qué se refiere?

Creo que los países periféricos nos tenemos que unir para diseñar políticas que empiecen por no pagar la deuda, es decir, hacer una quita importante de la deuda, y por intentar controlar el flujo de capitales, a base de una banca pública, y preservar los depósitos. Y ahí viene la necesidad de tener una soberanía monetaria.

¿Volver a la peseta?

Sí. O avanzar hacia una moneda de los países periféricos.

¿Quiénes son los países periféricos?

Pues los llamados Pig: los países cerdos... Portugal, España, Grecia, Italia e Irlanda. Irlanda tiene otra vía, pero los países del Mediterráneo, al sur de Europa, tenemos más cosas en común que con Alemania.

¿Está diciendo que el paro de España y el de Canarias es culpa de la Unión Europea?

Nuestro paro, y más en Canarias, ya no es coyuntural sino estructural. El Parlamento europeo juega a ser caja de determinados debates ideológicos, pero los que mandan son la Comisión Europea y el Banco Central. La Comisión no es elegida democráticamente, sino que actúa como un estado de excepción. Al Gobierno español, por ejemplo, le dice dónde se ha equivocado y lo que tiene que cambiar en el trámite presupuestario. Y le dice a la oposición lo que puede o no modificar. El ejercicio de soberanía básico, que es que cada país discuta su presupuesto, es inútil y viene determinado.

¿Qué posibilidades plantea para cambiar la situación?

El problema central está en los Tratados de Lisboa, que eliminan la soberanía nacional, y en una moneda única que no tiene como respaldo ni un Estado ni una política fiscal única. El euro está diseñado para proteger la política mercantilista de Alemania. Al mismo tiempo, se dictan unas políticas que comportan que las deudas de los bancos sean pagadas por los ciudadanos, vía presupuestos del Estado o vía la reforma fiscal. Y esto viene dictado, y no hay ningún margen para poderlo cambiar. El diseño de las instituciones ha liquidado las soberanías nacionales. Los países periféricos no tienen ninguna posibilidad de tener un desarrollo autónomo, sostenible, y que permita dar a la mayoría de la población una vida digna.

¿Propone una especie de Unión Europea de los países del sur de Europa?

Avanzar en una línea de cooperación y salir de ese polo actual. Es la única salida. Lo que ocurre es que no hay claridad en los partidos políticos. Pero permanecer en esta Unión Europea y en este euro significa perpetuar la miseria de por vida.

¿Qué le parece la alta abstención que, según las encuestas, se va a producir en las próximas elecciones europeas del 25 de mayo?

Es difícil que haya una buena participación. Los partidos se lo plantean como un refrendo de su política interna y eso es muy negativo. Los ciudadanos no conocen la posibilidades del Parlamento europeo para cambiar sus vidas, porque los partidos no se las explican. Son unas elecciones como muy ideológicas. No hay nadie que explique que la Unión Europea determina que España tenga cerca del 26% de paro.

Y si salimos del euro ¿Vamos a estar mejor?

Vamos a tener más instrumentos para poder articular nuestra política. El PP no está y la izquierda no se atreve a mirar a la cara el problema y se presenta con un programa para crear empleo, proteger las pensiones, la sanidad, la enseñanza, un desarrollo sostenible, etcétera, sin tener los instrumentos para llevarlos a cabo. Repito. Hay que dejar de pagar la deuda y tener un banco central español, es decir, tener moneda y soberanía nacional sería esencial.

¿Sería un reclamo electoral defender su posición?

Todos los datos nos apuntan que la Unión Europea no es buena para España o Canarias y lo preocupante no es la derecha política, que pacta su espacio en esta Europa alemana y no le importan las consecuencias sociales, sino que la izquierda no se atreva a mirar a la cara y explicarlo. Salir del euro nos puede llevar a una situación muy difícil durante unos años, pero es más difícil la que estamos ahora. Si tenemos el dominio sobre la moneda podemos decidir devaluar y, por tanto, mejorar nuestra situación de competitividad. Podemos decidir las políticas industriales, agrícolas, el modelo de desarrollo que se quiere para el país... El inicio de la Unión Europea fue positivo. Pero ahora el capital dominante es alemán. ¿Salir del euro es una decisión dura? Sí, pero habría que explicárselo a la gente y peor de lo que estamos va a ser difícil que estemos.

Acto. Jornadas sobre 'Cómo construir esa otra Europa necesaria'.

Lugar. Este jueves, de 18.00 a 21.00 horas, en la Facultad de Formación del Profesorado (Escuela de Magisterio).

Organizador. Foro de Formación y Debate Fernando Sagaseta.

lunes, 20 de enero de 2014

Berlinguer sobre Gramsci


Emocionante mensaje de Hobsbawm a Gramsci


Gramsci para principiantes

Un libro de Néstor Kohan que hay que leer para empezar a entender a Gramsci. En mi opinión es mejor leer el texto y olvidarse de las viñetas. En todo caso leer las viñetas, juntas, al final.


Recensíón de Operazione Gramsci

Recensión del libro "Operazione Gramsci" de Francesca Chiarotto. La recensión es de Guido Liguori.
PDF Stampa

Alla conquista degli intellettuali nell'Italia del dopoguerra, con un saggio introduttivo di Angelo d'Orsi, Milano, Bruno Mondadori, pp. 223, 20 €.
Recensione di Guido Liguori

Nell'ormai lontano 1988 Eric Hobsbawm ci aveva informato del fatto che, secondo una ricerca dell'Unesco, Gramsci era il saggista italiano più conosciuto nel mondo dopo Machiavelli. Ora Angelo d'Orsi aggiorna il dato della fortuna del comunista sardo scrivendo che «Gramsci è oggi uno dei duecentocinquanta autori più letti, tradotti, citati e discussi di tutti i tempi, di tutti i paesi e di tutte le lingue e di ogni genere». Se la fortuna di Gramsci, non solo in Italia, è di tale portata, il motivo va ricercato anche in questa Operazione Gramsci, come recita il titolo del recente libro di Francesca Chiarotto (la citazione di D'Orsi è tratta dal saggio introduttivo contenuto nel volume).

Cosa è questa "operazione Gramsci" di cui parla Chiarotto? Il libro ricostruisce la diffusione della fama e del pensiero di Gramsci dal dopoguerra all'inizio degli anni '70, ma soprattutto indaga (non a caso la copertina richiama quella dei "gialli Mondadori") l'"operazione" con la quale Togliatti e il Pci si adoperarono per introdurre il pensiero del comunista sardo nella cultura politica del nostro paese. Il pregio del volume sta soprattutto nel notevole lavoro di ricerca archivistica che ha alle spalle, per cui l'autrice intreccia libri e discorsi pubblici con lettere e documenti poco o per nulla noti. Secondo Chiarotto, «Togliatti, in un difficile squilibrio tra sforzo di autonomia rispetto alle direttive staliniane e la fedeltà all'Unione sovietica, usò con intelligenza e spregiudicatezza la figura e l'opera di Gramsci per confermare, accanto all'identità comunista, la natura nazionale di un partito in via di profonda riorganizzazione… l'opera gramsciana fu utilizzata quale mezzo per avviare un dialogo con la società italiana» (p. 49).
La difficoltà stava nel fatto che gli scritti gramsciani erano frammentari ed ellittici. Si doveva pubblicarli nella forma in cui si trovavano (come avrebbe fatto negli anni '70 Valentino Gerratana) o li si doveva rendere più accessibili raggruppandoli per temi? Prevalse questa seconda ipotesi, e se possiamo dire che la forma scelta non fu esente da limiti, sappiamo anche che fu allora la più proficua, la più utile per far conoscere Gramsci e assicurargli grande diffusione. Al successo dell'"operazione" concorse il Premio Viareggio 1947 assegnato alle Lettere dal carcere. Apprendiamo dal libro il ruolo avutovi da due giurati d'eccezione: il grande latinista Concetto Marchesi e il grande critico letterario Giacomo Debenedetti, oltre ovviamente a Leonida Rèpaci (l'inventore e patron del Premio) che aveva conosciuto Gramsci negli anni '20, ma che ignorava di esserne stato bistrattato come scrittore nei Quaderni. Parte della destra allora insorse e gridò al complotto comunista: «un riconoscimento politico più che letterario», scrisse La civiltà cattolica. Togliatti fu accusato di aver manovrato dietro le quinte. E i figli di Gramsci, Delio e Giuliano, venuti a ritirare il Premio, addirittura furono accusati di aver fatto il loro discorso di ringraziamento in russo. Senza pensare che " come essi stessi dissero " se non sapevano l'italiano era per colpa di quel regime fascista che li aveva costretti a vivere lontani dal padre.
Anche non mancò in quell'occasione chi " tra le file degli ammiratori di Gramsci " storse la bocca per il riconoscimento andato al grande scomparso. A Cesare Pavese " che pure era magna pars della Einaudi, nonché iscritto al Pci " il Premio sembrò una diminutio: come se, scrisse in privato, avessero voluto dare un premio a Machiavelli o a Cattaneo: Gramsci era troppo grande per un premio letterario! Il repubblicano Gabriele Pepe lamentò invece l'aura di borghese mondanità che circondava il Premio Viareggio, così lontana dallo stile e dagli interessi di Gramsci. In una lettera privata, al contrario, Togliatti negò con forza che il riconoscimento fosse inadatto alle Lettere, aggiungendo che comunque la politica " pro o contro Gramsci " dovesse astenersi da ogni intervento per influenzare i giurati.
A parte il Premio Viareggio, l''"operazione Gramsci" andò in porto perché era una grande operazione culturale e perché la grandezza di Gramsci era destinata a imporsi nonostante le varie "cortine di ferro". La scelta prevalsa alla fine degli anni '40 di pubblicare una edizione "tematica" non avvenne " risulta dai verbali delle discussioni che si ebbero nella piccola commissione designata dal Pci a decidere in merito " valutando questioni di "prudenza" teorica o politica, come in seguito fu più volte ripetuto. Il dibattuto nel Pci non fu se pubblicare, o se pubblicare con censure, ecc., ma quale fosse la forma migliore per presentare un materiale oggettivamente ostico come i Quaderni: mantenendo la fedeltà filologica o escogitando una forma che ne permettesse la massima diffusione? «Si riscontra soprattutto, in questi dibattiti " scrive Chiarotto ", la volontà di rendere fruibile al maggior numero di lettori il pensiero gramsciano, prima e più che la preoccupazione di adeguarsi alle direttive staliniane o a timori di scomuniche ovvero a ragionamenti di opportunismo politico» (p. 91). Una operazione giusta, come ribadirà lo stesso Gerratana ancora dopo l'uscita dell'edizione critica, perché permise subito di individuare i grandi temi della riflessione gramsciana e ne favorì così enormemente la diffusione. Del resto fu Togliatti stesso, nota l'autrice, a volere fortemente anche l'edizione critica, e senza censure.
Il libro contiene molte altre pagine interessanti: dalla disamina delle recensioni seguite all'uscita dei singoli volumi delle opere gramsciane alla fondazione dell'Istituto Gramsci, dai rapporti tra Pci e Casa Einaudi ai retroscena del primo convegno gramsciano del 1958. Insomma, i vari aspetti di una "operazione" destinata a cambiare la cultura italiana e non solo.

Nuestro Marx, libro de Néstor Kohan.


Presentación de la izquierda como problema (vídeo)

Presentación de "La izquierda como problema"


Indignados: un arma cargada de futuro

Indignados: un arma cargada de futuro
Carlos Gutiérrez
No es una poesía gota a gota pensada
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Gabriel Celaya.

A modo de introducción

En primer lugar, quisiera aclarar que la modesta reflexión que me propongo abordar en estas líneas, no pretende ser un material elaborado desde afuera. Pretendo que sea algo producto de la reflexión a la que me lleva mi, imperfecta e intermitente, participación en el propio movimiento. Por supuesto, que ni yo ni nadie está en condiciones de dar lecciones o de tratar de impartir doctrina. Quién cayese en esa tentación estaría haciendo un flaco favor al necesario desarrollo del propio movimiento.

En este sentido, y tal como me apuntaba hace poco un querido amigo, creo que no estaría de más, para situar las cosas en lo que creo sus justos términos, rectificar-completar un comentario de alguien al que, sin dudas, consideramos como “uno de los nuestros”, el compañero Julio Anguita. Decía Julio que los indignados eran “de los nuestros”. Pienso que sería bastante más descriptivo, útil y ajustado a la realidad, afirmar que “somos de los suyos”. Los implicados en organizaciones políticas de la izquierda no podemos ser otra cosa que parte indisoluble del movimiento, no somos ni su dirección, ni estamos legitimados para caer en la soberbia de mirar por encima del hombro a nadie.

Creo que en un trabajo que pretende ser un análisis efectuado desde el movimiento, y que está dirigido también, a los que participan en el, no serían necesarias más aclaraciones, pero dada la feroz campaña mediática de criminalización, me gustaría dirigirme a posibles lectores malintencionados, e informarles de que el título no pretende ser una exaltada y “radical” llamada a las armas, sino, todo lo contrario, un guiño a la carga poética que va inscrita en el código genético de un movimiento de soñadores que quieren cambiar el mundo.

Un espacio abierto y de un incalculable potencial

En mi opinión, la muy corta, no lo olvidemos, vida del movimiento 15M, o movimiento indignado, ha dado ya muchas pruebas de que el potencial que lleva en su seno puede ser calificado de enorme. No creo que debamos caer en el error de exigir resultados inmediatos o que se propicien cambios importantes en tan poco espacio de tiempo. La paciencia ha de ser la característica fundamental que marque nuestra actuación. Si hace escasos meses caíamos en la desesperanza y en la frustración ante la falta de movilización popular, ahora no podemos pretender que este incipiente soplo de esperanza sea ya un producto perfecto que pueda afrontar y solucionar todos nuestros problemas.

Del mismo modo, quién pueda pensar que no se ha conseguido nada o que todo pasará, fugaz como una tormenta, no ha entendido nada, o tiene una concepción demasiado estructuralista y mecánica de los procesos sociales. Tal como ha afirmado Carlos Taibo, queramos o no, ya nada será igual. En el más pesimista de los casos, si el movimiento no cuajase o no se pudiesen conseguir cambios políticos importantes, la experiencia vivida por una multitud de jóvenes, marcará toda su vida, haciendo de ellos personas más completas, más solidarias, mejores y con un bagaje que transmitir a la siguiente generación. Creo que esto es algo nada desdeñable, podemos estar ante la recuperación de un hilo generacional de luchas que muchos creíamos perdido.

Pienso que estamos ante la mejor oportunidad para que los jóvenes empiecen a despertar de un sueño hábilmente inducido por los interesados en el mantenimiento y la reproducción del sistema. Y eso ya está ocurriendo. Estoy convencido de que hay numerosas pruebas que corroboran está afirmación, que los cambios florecen, aunque a veces no seamos conscientes de ellos, bajo nuestros pies.

A mi juicio, el 15M y el movimiento de los indignados están haciendo cosas tan fundamentales como mostrar su capacidad para reapropiarse del lenguaje y plantear la lucha en el propio lenguaje. Partimos de un pasado en el que el movimiento popular no ha concedido suficiente importancia a esta lucha de las palabras. Hemos dejado que nuestro oponente nos robase, sin oponer demasiada resistencia, palabras, y, más grave aún, conceptos, que son propios de nuestra tradición: democracia, libertad, y tantos otros. Una victoria en este campo supondría un avance muy importante, querría decir que hemos pasado a la ofensiva, que hemos comprendido, por lo menos, cuál es el camino a seguir.
Estamos ante algo tan ilusionante, y tan novedoso, como es el resurgir de la solidaridad y de los valores colectivos frente al individualismo consumista instaurado por el Sistema. Hemos asistido, tal como subrayaba Pasolini, ya hace bastante tiempo, a un largo proceso de destrucción de las culturas subalternas autónomas al capitalismo. El germen de una nueva cultura subalterna, o una nueva economía popular, debe fundarse en la preponderancia de lo colectivo sobre lo individual, en las decisiones democráticas en las que todos y todas participan, en la construcción de una auténtica democracia.

Cuando, ya en el siglo XIX, los ideólogos del liberalismo económico, como John Stuart Mill, cargaban con las nacientes asociaciones obreras, desacreditándolas como viejas reminiscencias de los gremios medievales, estaban atacando a los valores colectivos. No es casual, refiriéndonos al mundo del trabajo, que, en nuestros días, los arietes del liberalismo económico se dirijan, como enemigo principal, contra la negociación colectiva. Es más que evidente que lograr individualizar la relación laboral es una medida clave para el Sistema. Parece evidente que la lucha denodada contra la destrucción de la negociación colectiva debe de ser una de las principales prioridades en nuestra agenda.

Parar un desahucio no es sólo algo muy importante porque se está consiguiendo un beneficio real y mensurable para la familia afectada, es muchísimo más, constituye un ejemplo y una experiencia organizativa de resistencia y de lucha, que se extiende por el conjunto del barrio o del pueblo. Es un “peligroso precedente”. El ejemplo es el arma más poderoso que existe, y el que provoca siempre más pánico entre los defensores del sistema.
Me parece, también, de vital importancia, que el movimiento esté facilitando la extensión del debate sobre la calidad de la democracia, sobre la representación, sobre lo que fue en realidad, y lo que nos han contado de la Transición, o sobre la forma de estado y la legitimidad del régimen monárquico. Sacar estos debates de espacios demasiado reducidos, supone un paso adelante de gran calado.

De estos debates y de estos procesos de reflexión colectiva, creo que está quedando muy claro que es imprescindible impugnar el concepto democracia entendido como un proyecto terminado y que no es reformable o perfectible. La democracia no es nunca un producto acabado, sino que debe de estar continuamente desarrollándose y completándose, con el fin de no anquilosarse y retroceder. Su desarrollo siempre dependerá de la vitalidad del movimiento democrático (de todos nosotros, que somos sus integrantes).

Si hemos llegado a la conclusión de que el capitalismo si no se desarrolla, si no crece continuamente, si se estanca, muere, ¿Porqué debemos aceptar, impasibles, que la democracia es algo estático, algo que se alcanza y se conserva en el refrigerador? ¿Si se trata de un organismo vivo, como el capitalismo, no debería de estar sujeto a la misma dinámica de desarrollo y perfeccionamiento continuo?

Por último, y para remarcar el vigor y los incipientes signos de maduración del movimiento, habría que destacar, que pese a la intensa propaganda de la “Brunete mediática”, neoliberal y ultraderechista, no se ha caído en la trampa de la violencia individual y demasiado facilona, pese, también, a algunas provocaciones como las que tuvieron lugar durante la JMJ.

Algunos apuntes sobre izquierda “tradicional” y movimiento

Cuando uno procede del mundo de lo que podríamos llamar izquierda tradicional, partidos o pequeños grupos organizados según los modelos de los siglos XIX y XX, pienso que debe de tratar de abordar un proceso, siempre sin complejos, de autocrítica. En este sentido, mi punto de vista es que los partidos y pequeños grupos de la izquierda tienen algo que enseñar y mucho que aprender de los movimientos sociales. No cabe duda que la experiencia organizativa y política acumulada durante décadas no debe ser despreciada o desperdiciada, pero, al mismo tiempo, esa misma experiencia está preñada de vicios y, fundamentalmente, de una deplorable falta de comprensión de la importancia de la democracia.

Reaprender la necesidad de que la ligazón entre ética y política sea indisoluble; que debe existir una correspondencia entre medios y fines, o que sólo se consigue la autoridad moral mediante la consecuencia política y el ejemplo, serían unas cuantas buenas enseñanzas para la izquierda que conocemos. No estaría de más que el movimiento volviera a pronunciar las sabias palabras de Guy Debord y le dijese al los políticos que pretenden “representarles” que no es posible luchar contra la alienación utilizando medios alienados.
Hay una cuestión que me parece clave: es imprescindible, para evitar críticas demasiado sencillas y demagógicas, comprender el grado de conciencia desde el que parten las nuevas generaciones. No se trata de débiles mentales o de personas sin criterio, como pretenden algunos apóstoles de las verdades reveladas, sino que son jóvenes, en su mayoría, sin experiencia política o sindical. Son el producto de lo que yo llamaría la “sociedad de la violenta paz social”. De una sociedad en la que intencionadamente, se ha cortado, el hilo generacional de la lucha. No es posible que tratemos de exigirles que tengan un depurado manejo de conceptos como la naturaleza de clase del estado o sobre la violencia, o sobre tantas otras cuestiones.

No me cabe la menor duda de que la experiencia y la participación en el movimiento irán despejando las incógnitas y fortaleciendo el pensamiento y la capacidad de análisis de sus integrantes. De ahí podrá ir surgiendo una nueva cultura popular y una más depurada comprensión de como son las cosas y de como funciona el sistema al que pretendemos cambiar..

También está muy a la orden del día, desde la izquierda, afirmar que la clase obrera, los trabajadores, no están presentes en el Movimiento 15M. Pienso que esta afirmación no es del todo cierta: que los trabajadores están presentes es algo evidente, no se puede negar que la mayoría de los cientos de miles que salieron a la calles el pasado 15 de octubre eran trabajadores y trabajadoras. Bien distinto es que exista un movimiento obrero organizado como tal. Creo que es necesario superar una concepción demasiado encorsetada del concepto movimiento obrero. El conflicto social se produce en determinados ámbitos. No los podemos inventar, cada uno de ellos es producto de las condiciones concretas de cada momento histórico. Lo que deberíamos hacer es tratar de ir construyendo instrumentos que permitan una intervención eficaz en esos nodos conflictuales.

Lo que si parece evidente, es que el movimiento ha superado ampliamente la capacidad de movilización de los viejos organismos (sindicatos, partidos y pequeños grupos políticos). Se trata de un hecho muy positivo que insufla aire fresco, puede agitar conciencias y estimular la reflexión en esos organismos. Todo esto no quiere decir, de ningún modo, que se deba desdeñar el sindicalismo. No se debería caer en el error de tirar al niño con el agua sucia. El sindicalismo es más necesario que nunca y una herramienta de primer orden para la defensa de los trabajadores, sin que esto sea óbice para afirmar que los sindicatos “mayoritarios” han perdido casi toda su legitimidad y su capacidad de movilización, y son, en mi modesta opinión, instrumentos irrecuperables.

Algunos caminos interesantes

Me ha parecido que resultaría presuntuoso dedicar un apartado de esta pequeña aportación a enumerar una serie de propuestas muy concretas. Opino que esto debe se tarea propia de los procesos de deliberación colectiva del propio movimiento. De todos modos, no he podido resistir la tentación de apuntar algunas cuestiones que me parecen importantes.

Pienso que, en primer término, es imprescindible que se trate la cuestión de la extensión del movimiento. No deberíamos de quedarnos satisfechos con haber construido un grupo –de mayor o menor tamaño-, basado sólo en la afinidad, y en el que nos sintamos muy cómodos. Siempre tenemos que tener claro, en el horizonte de la extensión, que los grandes cambios sociales sólo los posibilitan las mayorías sociales. Siendo autocríticos, no debemos dejar de reconocer, que aún muchos sujetos que deberían participar, no lo hacen. En este orden de cosas, creo necesario implicar en esta construcción, por ejemplo, al aún emergente sindicalismo alternativo de clase.

En segundo lugar, me parece que se debe trabajar en el avance de propuestas. Que todo no quede en mera protesta. Hay que conseguir un nuevo programa, sin prisas y sin atajos. La clave de este programa se encuentra en dos cuestiones: la primera es que sea producto de la elaboración colectiva, que todos y todas se sientan participes de su construcción. Y en segundo lugar, en que refleje, lo más fielmente posible, las necesidades y las aspiraciones de una amplia mayoría social. La cuestión del método me parece que es, en este caso, lo principal.

En lo que se refiere a las líneas de actuación, sólo incidir en cosas que ya he apuntado, siempre intentando no repetir mecánicamente esquemas y prestando una especial atención a la intervención en los marcos reales del conflicto social. Estas serían, de modo general, las siguientes: continuar reforzando la soberanía de las asambleas, tener muy en cuenta en que ámbitos se desarrolla el conflicto social, prestar una especial atención al marco metropolitano, construir la solidaridad en los barrios y en los pueblos, siguiendo el ejemplo de la lucha contra los desahucios, o apuntar hacia la construcción de redes de solidaridad y de debate que lleven a presentar propuestas para una nueva economía popular. Todo esto no debe de constituir obstáculo alguno para la implicación en campañas de carácter global, pero estoy convencido que sólo a través de la implantación local, en contacto con la realidad del día a día, es posible la estabilidad y el desarrollo del movimiento.

Resumiendo, se trataría de trabajar en propuestas que avancen en la creación y en la consolidación de la conciencia colectiva. Propuestas que incidan especialmente en la necesidad de la democracia como principio fundacional. Se trata de extender los valores colectivos, la solidaridad y la propiedad social.

Los que hemos militado, y militamos, en organizaciones de la izquierda, sabemos mucho de construir sin cimientos, de empezar la casa por el tejado, de crear estructuras y direcciones sin base alguna. Espero que esa amarga experiencia nuestra, sirva para que este nuevo movimiento, que apenas está naciendo, no caiga en esos errores tan repetidos en nuestra historia. Me parece que de estas prisas y de este (mal) gusto por la búsqueda, o invención, de atajos, si debería tomar buena nota el movimiento.

Creo también vital, no caer en el error de reproducir el esquema de la división del trabajo propio del capitalismo. No debe existir una élite que piensa y otro ejercito de ejecutores de las órdenes de unos supuestos intelectuales autoproclamados. Todos y todas tienen capacidad para proponer y para elaborar ideas, y todos y todas deben participar en su puesta en práctica.

Hemos conseguido comprender la importancia de la comunicación. Internet y la capacidad de difundir materiales audiovisuales está consiguiendo abrir un hueco en el muro de la unanimidad mediática. El poder, que ha intentado cercenar este espacio de libertad mediante la represión, no sabe muy bien como cerrar estos nuevos ámbitos de disenso activo. Ampliar nuestros conocimientos en este campo y seguir aprovechando los resquicios de Matrix deben ser algo central en nuestro trabajo.

Del mismo modo, el movimiento ha sabido resistir la tentación a caer en la violencia. La violencia no es ni un elemento purificador ni tiene potencialidad creadora. No hay nada tan inútil ni tan baldío como la violencia individual. Por supuesto que la rabia de una juventud sin futuro es comprensible, pero las soluciones individuales nunca funcionan. Las provocaciones continuarán, el Estado nunca duda en ejercer la violencia en la medida de sus intereses. La respuesta debe ser siempre inteligente y pacífica.

El resultado final no está escrito. En cierto sentido, nunca existe un resultado final. Eso sería asumir el esquema de pensamiento de los que pronosticaron el fin de la historia, (o que la Unión Soviética sería eterna). Si hay algo que tenemos claro, es que las cosas pueden ser o no ser, todo depende de nuestra voluntad y de nuestra capacidad de trabajo para construir a partir de cimientos realmente sólidos y fruto de la deliberación democrática.. El movimiento ha conseguido mucho, al menos ya nada será igual.. Tenemos por delante todo un futuro que ganar.
Carlos Gutiérrez es miembro del MIA y de Espai Marx

Sobre métodos y contenidos

Sobre métodos y contenidos

Consideraciones sobre la candidatura de Pablo Iglesias

Carlos Gutiérrez 17/01/2014
 

Hace ya tal vez demasiado tiempo, alguien a quien pienso seguramente admirará Pablo Iglesias, Guy Debord, escribía que “no se puede combatir ya la alienación bajo formas alienadas”. Y hace bastantes más Antonio Gramsci escribía también que “en la política de masas decir la verdad es una necesidad política”.
No pretendo que este artículo se convierta en una sucesión de citas inconexas en las que el lector se pueda perder, pero creo que cada una de ellas expresa las principales críticas que voy a tratar de exponer: una sobre el método y otra sobre el contenido. Ambos no deben ir separados y, posiblemente, uno sea, en buena parte, consecuencia del otro, pero tratarlos aparte se me antoja una cuestión de orden.
En ningún caso es mi intención elaborar una crítica que tenga que ver con el despecho porque esta candidatura pudiese perjudicar a otra que me pueda parecer más oportuna o porque “mi grupito” esté o no esté incluido en ella. Han surgido y surgirán críticas, legítimas por supuesto, a las que podemos considerar “partidistas”, pero esta no va a ser ninguna de ellas. Incluso es posible que el grupo al que pertenezco manifieste su apoyo, de una u otra manera a esta candidatura.
Pasemos entonces a la cuestión del método. Tal vez resulte demasiado contundente calificar de alienado al método para construir esta candidatura. Aún reconociendo esto, sí pienso que resulta un calificativo descriptivo que pretende llamar la atención. Una vez más, la enésima, nos encontramos con la construcción de una candidatura a toda prisa, con una carrera en la que parece que lo único que importa es “aprovechar la ocasión”. Y volvemos a hallarnos ante una supuesta unidad que en realidad es muy pobre y poco unitaria, y que deja a una multitud de sujetos que podrían estar fuera del proyecto.
Como siempre, se dan todos los llamamientos a la horizontalidad, a la representación de los movimientos sociales o a la construcción desde abajo, mientras que, en realidad, la decisión procede más de la intención de algún partido por no quedarse fuera del juego electoral en el escenario europeo. Por supuesto, todo esto vía estimulación del natural ego de un cabeza de lista que tiene una enorme capacidad para la comunicación. En mi opinión se vuelve a caer en el error de centrar todos los esfuerzos y las esperanzas en las contiendas electorales, repitiendo lo que ya ha hecho muchas veces IU, mientras que no se consigue un arraigo social real. Tal vez esa ausencia de arraigo y esa impotencia para construir sociedad alternativa son las que impulsan a esa irrefrenable tendencia electoralista.
Hay en la historia reciente de la izquierda española numerosos ejemplos, por no decir todos, de agrupamientos y candidaturas que han nacido con vocación de futuro, con la intención de construir algo sólido, desde abajo, para trabajar con largo aliento, y que se han disuelto al día siguiente del mayor o menor fracaso electoral. De todos modos, al igual que en este caso, en mi opinión, siempre estos agrupamientos han carecido de un apoyo social relevante y han fiado su proyecto a que un resultado electoral importante fuese la palanca para construir un movimiento fuerte; craso error una vez más intentar colocar a los bueyes delante del carro…
Y, como ya se ha apuntado en algún que otro artículo al respecto, siempre se nos llena la boca con nuestra inquebrantable adhesión a “lo colectivo” y nuestro rechazo al caudillismo y a las figuras que representen cualquier tipo de hiperliderazgo. Pero, cuando llega la hora de la verdad, cuando nos entran las prisas porque los otros se presentan y nosotros, claro, no vamos a ser menos, olvidamos el ya famoso “Ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador”, de la Internacional y buscamos al más famoso de los tribunos, a un “supremo salvador” que pueda conseguir un buen puñado de votos que nos deje, de momento, en buen lugar. Y, sin embargo, olvidamos lo principal, que solo un potente y amplio movimiento de masas es capaz de cambiar las cosas de modo radical.
Todo esto sin tener en cuenta el daño que puede hacer a futuros procesos unitarios la ausencia de numerosos grupos que se reclaman de la izquierda, y, lo que puede ser más importante, el sentimiento de instrumentalización electoralista que puede cundir en algunos movimientos sociales. Estos procesos de “unidad”, apresurados y casi siempre sesgados, dejan cadáveres y malas sensaciones por el camino en todas las ocasiones. Debería ser mucho más importante la consolidación de alianzas y de relaciones con la sociedad que las urgencias por participar en las elecciones. No contemplo, por incredulidad, el inmenso daño que podría hacer al conjunto del movimiento si el objetivo de esta candidatura no fuese más que el de constituirse en grupo de presión para negociar puestos en un eventual proceso de fusión con la candidatura de IU. Esto ya sería más trágico que cómico.
Resulta ya un poco agobiante que cada vez que se abordan este tipo de procesos, se exprese la voluntad de que el siguiente se hará con más tiempo y que se iniciará una elaboración realmente “desde abajo”. La razón por la cual ocurre esto una y otra vez, me parece evidente: no existe una base social real, los grupos políticos que impulsan estas candidaturas no tienen ni la implantación ni la influencia necesarias para que su programa sea reflejo de las aspiraciones populares; de ahí que esa tendencia, ante la propia debilidad, a fiar su suerte a personajes mediáticos, sea bastante natural.
La cuestión de los contenidos también va muy ligada con el tema del método. Los contenidos, también elaborados a toda prisa y con no demasiada discusión colectiva, no son casuales y sí más bien causales. Cuando se pretende armar una candidatura como ésta, en lo que lo menos importante es el manifiesto, y lo más importante las figuras que la encabezan, los contenidos que “triunfan” son los que ya han sido discutidos previamente por el grupo más organizado que integra esa candidatura. No pienso que se trate de una táctica traicionera o fruto de la perfidia de un Comité Central en la sombra que pretende imponer sus ideas, pero sí debemos reconocer que la pasividad o la buena voluntad del resto hacen que determinadas ideas se vean plasmadas u obviadas en los documentos.
En el manifiesto de esta candidatura nos encontramos con alguna ausencia clamorosa. Yo diría que falta lo principal, y por eso pienso que esa necesidad de decir la verdad al pueblo no queda cubierta en este caso. ¿Qué es lo principal? Creo que resulta indispensable que una candidatura de izquierdas que quiere un cambio social radical plantee la necesidad de la salida del Euro y el cuestionamiento de la presencia española en la UE. Hay que decir la verdad porque hay que dejar muy claro que con el euro y con este modelo de Unión Europea no son posibles otro tipo de políticas que las neoliberales que hemos conocido hasta ahora.
No es posible hurtar a nuestros conciudadanos un debate que ya está surgiendo en muchos países de la UE. Y salir del euro o de la Unión Europea no es ponerse del lado de Marine Le Pen o de la extrema derecha europea, no se está hablando de una vuelta al pasado o de la recuperación de la peseta. Cuando se habla de estas cuestiones desde la izquierda, estamos pensando en una salida organizada de un grupo de países de tamaño cuando menos medio y de la creación de un área económica propia basada en los intereses de las personas y no el de los mercados. Un ALBA a la mediterránea, por buscar un referente. Que IU no se haya atrevido a plantear esta cuestión puede tener una cierta lógica, pero una candidatura de “la izquierda de la izquierda” sí debería plantear estas cosas sin ningún miedo.
Y una izquierda sin miedo y que tenga la intención de decirle la verdad al pueblo debe hablar de la Unión Europea claramente y denunciar el proceso colonial al que nos está sometiendo el capitalismo alemán. Hay que decirle al pueblo que las enormes tasas de paro que sufre nuestro país se deben, fundamentalmente, al papel que se nos ha otorgado en la división del trabajo en el interior de la UE: servicios, fundamentalmente turismo y muy poco más. Hay que contarle también a nuestro pueblo que este proceso se inició con la integración en la UE, que no se ha detenido ni por un momento, y que ha sido favorecido tanto por los gobiernos del PSOE como los del PP. Y hay que explicar, también, que en la Unión Europea actual no hay espacio para políticas distintas y que Europa no es necesariamente la UE:
No se trata de guardar ninguna ortodoxia ni de descalificar a esta candidatura porque no reparten panfletos en las fábricas. La izquierda tiene que darse cuenta de que al igual que la explotación del capitalismo se ha ido extendiendo a todos los aspectos de la vida del ser humano, los escenarios de rebelión y de resistencia se han multiplicado. La fábrica se ha desparramado por los barrios, decía hace poco un compañero. De nada sirve hoy en día agarrarse a ortodoxias o a fórmulas predeterminadas. Los hechos de Burgos son paradigmáticos. Tal vez esa multiplicación de escenarios de conflicto social ha pillado a la izquierda con el más bajo grado de organización y de extensión de su historia, pero las cosas son así, la retirada y el acomodamiento de la izquierda política y sindical mayoritarias hacen que las tareas nos parezcan ahora más colosales. Solo identificando los lugares del conflicto social y construyéndose en ellos podrá la izquierda empezar a luchar por la hegemonía.
Esta crítica a la candidatura que parece va a encabezar Pablo Iglesias no pretende ser destructiva y está escrita desde la completa seguridad de que tanto Pablo como todos los que participan y apoyan su candidatura son “de los nuestros” y están en la misma trinchera que el resto. También es evidente que habrá “de los nuestros” en las diversas candidaturas de izquierda que se presenten a estas elecciones, y, por supuesto, entre los que no se presenten. La candidatura encabezada por Pablo Iglesias tiene apoyos importantes y, con toda seguridad contará con activistas comprometidos y honestos, pero creo que era necesario breve análisis de las debilidades que presenta. En tanto en cuanto sirva de espacio de encuentro de diversos grupos y experiencias de lucha, podremos decir que la candidatura ha jugado un papel positivo. Esperemos, al menos, que esta convergencia sirva para que, de una vez por todas y sin urgencias electorales, se empiece la paciente construcción de un proyecto con una amplia base social.


Carlos Gutiérrez. (MIA-Pinto)

La Segunda República, proyecto del pueblo

La Segunda República, proyecto del pueblo

Carlos Gutiérrez 28/06/2007
 
Cuando el 14 de abril de 1931 las elecciones municipales traen la victoria de la izquierda, y las clases populares, de modo masivo, salen a las calles e imponen la instauración del régimen republicano no nos encontramos ante un hecho aislado, casual o ante un “golpe de fortuna” para los intereses de nuestro pueblo, sino que estamos ante un triunfo que se ha ido fraguando en un largo proceso de luchas y de construcción de unos valores y de un proyecto alternativo de sociedad. Todo el siguiente período reflejará, de modo muy evidente, la pugna entre la mayoría social –los trabajadores, los campesinos, y capas progresistas de la pequeña burguesía-, y la minoría, la oligarquía propietaria y sus organizaciones políticas y sociales.

Desde el primer momento, las capas populares se verán impelidas a una lucha sin cuartel para que esa naciente república sea capaz de llevar a cabo las tareas que se encontraban inscritas en el código, aún no plasmado, político y programático, que habían ido elaborando durante un largo período de la historia de nuestro país. Las fuerzas de la reacción, agotado su caudal de legitimidad por la degeneración del régimen monárquico, decidieron que no era nada inteligente oponerse al cambio y que, al contrario, era mejor tratar de navegar sobre él y convertirlo en un producto desnaturalizado  que nada tuviese que ver con el auténtico republicanismo. Su objetivo es que el cambio sirviese, cambiando eso sí, la forma de estado, para no cambiar nada.

Una república, ¿sin republicanos?

Resultan realmente de un simplismo y de una miopía política difícilmente superables, aquellas interpretaciones de la génesis de la Segunda República Española que pretenden resolver su nacimiento acudiendo a argumentaciones que hablan de un régimen de conveniencias, en el que se pone en el mismo plano a izquierdas y a derechas, y  en el cual la lucha política entre ambas tendría como objetivo la destrucción del estado republicano. Más grave aún, es la pervivencia, aunque en ámbitos ultraminoritarios y sectarios, de la explicación –defendida en la época por el PCE- de que la república era un inmenso freno y una tragedia para las aspiraciones revolucionarias de nuestro pueblo. La república habría sido “un regalo” de las clases dirigentes que lo usaban como celada para desarmar y neutralizar las aspiraciones de las clases populares.

Los que entendemos el republicanismo no solamente como la defensa de un modelo de estado sino como un movimiento que pretende la intervención de las masas en la política para instaurar una democracia que devuelva la capacidad de decisión a cada uno de los ciudadanos y ciudadanas,  pensamos que el nacimiento mismo de la Segunda República supuso un acto de autodeterminación, de recuperación de la soberanía, y , por lo tanto, de voluntad clara e inequívocamente republicana por parte del pueblo español. Las elecciones de abril de 1931, en las que fue fundamental el abandono del absentismo electoral por parte de los obreros, especialmente los que sostenían posiciones anarcosindicalistas, constituyeron un inmenso acto de afirmación de las masas en su voluntad de cambiar las cosas y tomar bajo su mando sus propios destinos. Estas elecciones fueron, simple y llanamente, la expresión de la voluntad del movimiento. De todos modos, el camino no había hecho otra cosa que empezar.

El movimiento que consiguió la proclamación de la República -nadie le hizo un regalo- se había ido desarrollando de un modo laborioso y dilatado en el tiempo, no lo olvidemos, al menos  desde el siglo XIX. La composición del citado movimiento, era en nuestro país original y claramente diferenciada de los que protagonizaron procesos parecidos en otros países de Europa. España era un país abrumadoramente agrario y de un desarrollo industrial extremadamente asimétrico.  Así, por ejemplo, junto a unas regiones en las que el desarrollo industrial era pujante, como Catalunya, en otras la propiedad latifundista con relaciones sociales semifeudales era mayoritaria. En este marco, en nuestro país se desarrolla un potente movimiento anarquista y anarco-sindicalista que tiene una expresión muy importante no sólo en el ámbito industrial sino en el agrario. El siglo XIX en Andalucía, fundamentalmente en su segunda mitad, presenta toda una sucesión de movimientos insurreccionales, sublevaciones y toma de tierras, todo ello incluso, antes de la llegada de los bakuninistas.  La ideología del nuevo movimiento era anarquista; o, para darle un nombre más preciso, comunista libertaria. Su programa político era republicano, y antiautoritario; es decir, que concebía un mundo futuro en que la aldea o la ciudad se autogobernase siendo una unidad soberana .[1]

En el caso catalán, la pujanza de la industrialización de principios del siglo XX había constituido una clase obrera, en muchos casos llegada de otros puntos del país,  que, dada su composición: reciente pasado campesino, pobreza extrema y su sensibilidad a las acciones “ejemplares”, era extremadamente permeable a los  principios de la acción directa[2] .La creación de la CNT, sobre la base de un sinfín de experiencias previas de autoorganización bajo principios libertarios y de sindicalismo revolucionario, supone un paso adelante en la organización del proletariado catalán que aborda una etapa de luchas que, pese a sufrir importantes derrotas por medio de la represión y la implantación de la dictadura de Primo de Rivera, sabrá mantener vivas sus estructuras y su capacidad de movilización y lucha. En Catalunya, también, se produce una crisis agraria debida  a la desnaturalización de sus relaciones sociales[3]. La desamortización del siglo XIX había producido un notable empeoramiento en las condiciones de los contratos de cultivo y el malestar de los campesinos les había llevado a organizarse en la Unió de Rabassaires i altres Conreadors del Camp de Catalunya en 1922, bajo la presidencia de Lluis Companys. Su gran objetivo era conseguir para el campesino unos derechos mínimos y una cierta seguridad sobre la tierra.

Hay una tercera parte constituyente de gran importancia para la construcción de ese movimiento destinado a cambiar el orden de cosas existente –democrático y republicano-, es el de tradición socialista y proveniente de los modelos organizativos de la II Internacional.  Esta corriente política había tenido un mayor desarrollo en el norte del país y en lugares de Castilla y el centro de la península.

La adhesión a la Segunda Internacional no solo había traído consigo la opción por el modelo parlamentarista de la socialdemocracia alemana sino que había, también, aportado una determinada manera de construir “sociedad alternativa”. La teoría de “los dos mundos”[4] del SPD alemán se ponía en práctica en nuestro país. Las Casas del Pueblo y toda la red de organizaciones ligadas al Partido Socialista: sindicatos, cooperativas, comedores comunitarios, centros de alfabetización y extensión cultural, organizaciones de autodefensa ante ataques fascistas y de la patronal, etc., ayudaban a tejer un entramado en que los obreros adherentes a este partido eran capaces de vivir una suerte de “sociedad paralela” en la que se iban asentando unos valores muy distintos de los que tradicionalmente eran impuestos por una educación dominada completamente por la Iglesia Católica.

Todos estos procesos –que sufren diversos avatares, con victorias y derrotas sucesivas, que se organizan y reorganizan ante la adversidad- y que, son distintos entre sí, y, en cierto modo, complementarios, fueron soldando una fuerte conciencia de que era posible abordar un cambio, la práctica diaria enseñaba que esas microexperiencias de contrapoder y de autogobierno democrático podían ampliar su ámbito de acción y  tenían la capacidad de devenir en un proyecto alternativo válido para todo el país.

Las condiciones estaban dadas, existía una fuerte conciencia y un proyecto alternativo (republicano) de las masas. El régimen, que había conseguido temporalmente la abstención política de los trabajadores, se hallaba embarcado en una guerra colonial suicida en la que se traficaba con las vidas de los trabajadores que eran los que nutrían mayoritariamente las filas del ejercito. La corrupción llegaba a tales extremos que en Marruecos muchos oficiales amañaban con los jefes de las cabilas avances espectaculares, a cambio de, más tarde, dejar a los cabileños que asaran a tiros a alguno de sus soldados, repartiéndose luego los oficiales españoles medallas  y ascensos[5]. ¡Así labraron su carrera algunos militares africanistas como Francisco Franco!. El hartazgo por una guerra que era considerada por el pueblo como inútil, las condiciones de extrema miseria que se seguían viviendo en el campo español y el duro golpe que supuso para la pequeña burguesía los efectos en nuestro país de la crisis del 29 hicieron el resto.

La lucha de los republicanos por su proyecto


Como afirmaba en la introducción, la vida de la II República nos presenta una lucha sin cuartel entre aquellos que querían difundir los valores republicanos y aplicar el programa que había llevado al pueblo a fundar una república y  los que pretendían servirse de ella –ante el fracaso irremediable de la monarquía- como medio para perpetuar los privilegios y el dominio de los de siempre. La república española tuvo desde el primer momento al enemigo dentro de casa. Los procesos revolucionarios o que pretenden cambiar de raíz las cosas son, parafraseando al filósofo marxista italiano Domenico Losurdo, procesos de aprendizaje. En el caso de nuestro país las lecciones se aprendieron demasiado tarde y –al margen de explicaciones simplistas basadas en tal o cual  o traición-  la experiencia terminó en derrota.


La misma fecha histórica del 14 de abril señala un momento de pujanza de uno de los dos contendientes, el popular, que consigue movilizarse masivamente, con la fundamental participación anarcosindicalista, para superar el tradicional caciquismo que falsea los resultados electorales a través de la compra masiva de votos en el ámbito rural. Cuando se quiere minimizar la victoria de las izquierdas en abril del 31 circunscribiéndola a las ciudades, no está de más recordar que sólo en éstas se daban unas condiciones mínimas para el desarrollo de una elección realmente democrática.

Ya desde la redacción de la Constitución republicana se manifestó la discrepancia y la potencia de unos poderes que no querían dejar de serlo. El texto constitucional, extremadamente progresista, aunque, tal como afirmó el presidente de la comisión parlamentaria redactora, el socialista Jiménez de Asúa “no socialista, pero de izquierdas”[6],  produjo una convulsión de tal calibre que culminó con un cambio de gobierno, la salida de éste de Alcalá Zamora y Maura,  y la formación de otro presidido por Azaña. Este texto constitucional, estrechamente inspirado en la constitución de Weimar, proclamaba “una república democrática de trabajadores de toda clase”, concentraba todo el poder en una sola cámara, blindaba los derechos democráticos,  consagraba la igualdad entre los dos sexos, afirmaba la laicidad del estado (acabando con el monopolio de la Iglesia en la enseñanza) y limitaba el ejercicio del derecho a la propiedad al interés público. Queda bien a las claras expuesto que un texto así no podía ser aceptado por los que tradicionalmente habían detentado el poder.

El contraataque antirrepublicano empezaría muy pronto y se produciría en diversos frentes. El 7 de mayo de 1931 el cardenal Segura publicaba una carta que era una verdadera declaración de guerra a la República, en nombre de la “defensa de los derechos” de la Iglesia frente a la “anarquía”. Por otro lado el frente militar-policial, cuya estructura había sido dejada prácticamente intacta por el gobierno republicano, no deja de conspirar y practicar la represión ante cualquier manifestación o huelga que supere los límites de lo que ellos puedan considerar permitido. Esta permanencia de la represión y la impaciencia de amplios sectores populares por ver concretadas unas medidas realmente progresivas provoca la radicalización y la acentuación de los enfrentamientos. En 1932 el intento de golpe fallido de Sanjurjo es un primer toque de atención al régimen republicano sobre lo que se cuece en su interior.

El más grande retroceso para la construcción de una República basada en el programa popular tiene lugar con la victoria de las derechas en 1933. La falta de percepción de cambios reales: no concreción de la reforma agraria, crisis económica e inestabilidad política, la falta de unidad en las izquierdas y el boicot por parte de los sectores anarcosindicalistas, inauguran un período, el llamado Bienio Negro, en el que se intentará abordar la destrucción de todo lo que de progresista había conseguido hasta el momento la República.  Cualquier atisbo de reforma agraria es paralizado y, por el contrario, se aprueba una  ley de contrarreforma, se paraliza el programa de construcciones escolares, se suspende el Estatuto de Catalunya, se establece la censura, se cierran locales de sindicatos y se persigue la actividad sindical.

La dinámica experiencia de las Alianzas Obreras, organismos estos ampliamente unitarios que nacen para oponerse y parar la contrarrevolución, se inscribe en la multitud de procesos que empiezan a fraguarse, con expresiones de lucha directa como la insurrección de Octubre, para romper las trabas que impiden la continuación de la aplicación del programa popular. El pacto del Frente Popular, por moderada que pueda parecer su concreción programática, supone la culminación de esos procesos unitarios y la herramienta por fin hallada para intentar, y conseguir, derrotar a la reacción. Los Frentes Populares no son concebidos  meramente como alianzas electorales sino que pretenden constituirse en eje vertebrador de las clases subalternas[7]. Jorge Dimitrov en el informe político al VII Congreso de la Internacional Comunista afirma: “la propaganda y la agitación política por sí solas no pueden suplir en las masas la propia experiencia política. Éstas deben comprender cuanto antes y por su propia experiencia lo que deben hacer”[8]. De la justeza de la táctica frentepopulista baste el ejemplo de que su paladín, el Partido Comunista, pasó, rápidamente, de la más absoluta marginalidad a ser el partido más influyente.

Ya conocemos el resto de la historia: la lucha por el proyecto de los pobres, de los demócratas, en definitiva de los republicanos, fue derrotada, pero para derrotarla fue necesaria la fuerza de un ejército bien entrenado y apoyado por las potencias fascistas internacionales. El golpe del 18 de julio fue un fracaso gracias a la resistencia de un pueblo que no se resignaba a quedarse anclado en la historia y luchaba por su libertad. Que  nuestro pueblo en armas resistiese tres años constituye un hito histórico de difícil parangón. Ejemplos tan hermosos y generosos de solidaridad internacional como el de las Brigadas Internacionales demuestran que la lucha era trascendental y mereció la pena, las derrotas nunca son definitivas.


La importancia de la cuestión agraria


El éxito o el fracaso de la II República se jugaba –en un país eminentemente agrario como el nuestro- en su capacidad de resolver esta cuestión. La desamortización de principios del siglo XIX, si bien había conseguido acabar con la Iglesia como principal propietaria, no había tocado los latifundios privados y, por el contrario, había liquidado la mayoría de las tierras de propiedad comunal con lo que había sumido a una gran parte de la población campesina en la más absoluta pobreza.

Los campesinos, la capa social abrumadoramente mayoritaria, trataron, en los meses que siguieron a la proclamación de la República, de conquistar la tierra. Fueron sistemáticamente reprimidos por la guardia civil y el resto de cuerpos policiales. Para calmar esta reivindicación campesina, se esgrimió una reforma agraria paulatina que nunca se llevó a cabo definitivamente, y que sirvió en realidad para que las fuerzas reaccionarias ganasen tiempo[9].

Un ejemplo muy significativo de la centralidad de la cuestión agraria lo constituye la aprobación por parte de la Generalitat de Catalunya de la Llei de Contractes de Conreu (Ley de Contratos de Cultivo). Esta ley, que pretendía dar más seguridad a los campesinos pobres, establecía la duración mínima de los contratos de arrendamiento en seis años y  daba la oportunidad para que fueran renovados a “voluntad del labrador”, fue acogida con gran hostilidad por parte de los grandes propietarios que consiguieron que en 1934 fuera anulada por el Tribunal de Garantías Constitucionales. El parlamento catalán vuelve a aprobar la ley al día siguiente, con pequeñas modificaciones, pero desde el gobierno central se paraliza toda la reforma agraria y la Ley de Contratos es anulada[10]. Está ley no será puesta en vigor hasta la victoria del Frente Popular[11].

Una de las claves de la derrota de la República estaba servida: la principal medida que iba inscrita en ese programa popular, no explícito, que facilitó las posibilidades de la proclamación del régimen republicano no había podido ser aplicada. El bloque popular luchó por la consecución de la tierra, pero la potencia de los sectores de la oligarquía y la falta de visión de los políticos republicanos propició el fracaso. En palabras de Maurín: “El reparto de la tierra, creando una capa de pequeños propietarios –que es lo que hizo la Revolución francesa a fines del siglo XVII y la mejicana a comienzos del siglo XX-  hubiera asentado la República sobre bases inconmovibles[12].

 

La lucha por la III República


El peor favor que podríamos hacer a todos y todas los que lucharon y dieron sus vidas por el proyecto republicano, sería aproximarnos a su experiencia histórica desde una perspectiva meramente nostálgica o basada  en las lamentaciones por la gran ocasión perdida. La lucha por la III República no puede ser entendida sin el estudio de la experiencia de la Segunda y sin que seamos capaces de recoger todo el caudal de experiencias que unos años tan  intensos aportaron al bagaje político-cultural del movimiento republicano.

Desde la seguridad de la necesidad democrática y social de fundar un régimen republicano, basado en el programa popular, el proceso que culmine con la proclamación de la III República no será ni calco ni copia  de las otras dos experiencias republicanas que existieron en nuestro país. Sólo a través de la experiencia de aprendizaje en la lucha del movimiento real es posible que se vayan construyendo los modos de organización  y que, a su vez, avance el proceso de liberación que cree las condiciones para la aplicación del programa popular.

Las enseñanzas de las experiencias republicanas habidas en nuestro país son muchas: la principal de ellas es que la República no es sólo un modelo de estado, y que sólo será posible su triunfo si es capaz de responder a las expectativas y aplicar las medidas inherentes al movimiento que la propugna. Las fuerzas de la reacción, antirrepublicanas, intentarán confundir y atribuirse –como hacen con el concepto democracia- un falso republicanismo que tendrá por objeto destruir todos los auténticos valores de este modo de gobierno, terminando por acabar con la República misma.

Otra de las cuestiones clave que nos tiene que servir en el empeño de la construcción de la futura República consiste en tener muy claro que sin un largo proceso de elaboración de una cultura y un modo de vida alternativos –basados en valores republicanos-, y sin la construcción de organismos populares en los que a través de la práctica de la democracia de base se vayan urdiendo los ejes  políticos de un programa que plantee un profundo cambio en nuestra sociedad, no será posible abordar seriamente el objetivo de la lucha por la República.

Muchas de las tareas –casi todas- que abordó la Segunda República hace más de setenta y cinco años están aún pendientes. Los largos años de noche y niebla del franquismo enterraron a nuestro país en un pozo político y cultural del que el llamado proceso de “Transición política”  no rescató realmente. Nuevamente se consiguió por parte de las clases dominantes que cambiando todo no cambiase realmente nada.  Recuperar el hilo rojo republicano de nuestra historia y abordar un cambio profundo es el reto que tenemos por delante las generaciones actuales. La República debe realizar el proyecto del pueblo.








Notas


[1] Hobsbawm, Eric, Rebeldes Primitivos, Ed Crítica,  p.115
2 Broué, Pierre, La revolución española (1931-1939), Ed Península, p.39 y 40
3 Ferret, Antoni, Compendi d’història de Catalunya,  “La llei de contractes de conreu”
4 Domènech, Antoni El eclipse de la fraternidad, Ed Crítica pp. 141-150
5Gómez, Esteban. La insurrección de Jaca, los hombres que trajeron la República,  Ed. Escego, p 49
6Domènech, Antoni. Op citada,  p 427
7 Miras Albarrán, Joaquín. Repensar la política, refundar la izquierda, Ed. El Viejo Topo, p. 272
8 Miras Albarrán, Joaquín. Op citada, p. 271-271, cita de Dimitrov, Jorge, “Informe ante el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista” en Obras escogidas, 3 vols. Ed.Sofía Press,vol.2, pp. 22 a 103
9 Maurín, Joaquín, Revolución y contrarrevolución en España,  Ed. Ruedo Ibérico, p.234
10 Ferret, Antoni, Op.citada
1 1Broué, Pierre, Op.citada, p.14
12 Maurín, Joaquín, Op citada p.233

Comunismo, una historia italiana (2007)

COMUNISMO, UNA HISTORIA ITALIANA

 Carlos Gutiérrez

            El 27 de marzo de 1944, después de casi veinte años de ausencia, llega a Nápoles el secretario general del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti. La ciudad a la que llega ya ha sido liberada por los Aliados, mientras que podemos afirmar que Italia, en su conjunto, se halla dividida en dos partes. El Sur ha sido liberado, fundamentalmente por los norteamericanos, que ocupan toda la zona, mientras que en el Norte del país  los comunistas junto a otras formaciones partisanas continúan combatiendo con las armas en la mano. El análisis que Togliatti hace de la situación es el siguiente: la guerra no está ganada, necesitamos concentrar todos nuestros esfuerzos para ganarla, para acabar con los nazis, para devolver la dignidad a la patria. Togliatti, que había formado parte junto con Gramsci del núcleo del que nació el Partido Comunista, l´Ordine Nuovo, pretende abordar en 1944 una nueva reinvención del partido. Un partido que al mismo tiempo se inserte en la historia de Italia y que consiga derrotar la idea de que responde miméticamente a los intereses de la Unión Soviética. No olvidemos que Togliatti era  no solo un político “práctico”, sino que era uno de los más lúcidos dirigentes de la Internacional Comunista. Un político que había sido capaz de profundizar en el análisis del fascismo, superando la definición de éste como la larga mano del capitalismo y su consiguiente brazo represivo, e identificando su carácter de masas al definirlo como “régimen reaccionario de masas”.
            Esta nueva línea para el partido italiano viene apuntalada en un posterior discurso el 11 de Abril en Nápoles en el que Togliatti afirma: “El partido comunista y las masas deben empuñar la bandera de la defensa de los intereses nacionales que el fascismo y los grupos que le alzaron en el poder han traicionado”. Un partido que no debe ser “propagandista del comunismo” sino que debe levantar un programa de renovación del país y que derrote al fascismo construyendo la unidad de las masas populares. Afirma Togliatti: “El carácter de nuestro partido debe cambiar profundamente. El partido no se puede contentar con criticar o protestar, sino que debe tener una solución para todos los problemas nacionales”. “Por lo tanto,  un partido no propagandístico, no una secta, sino un partido que debe hacer política de masas”. En el ámbito organizativo  se toman también medidas de tipo audaz; mientras que otros partidos, como el socialista, impiden la afiliación si se ha pertenecido al partido nacional fascista, en el comunista se permite la inscripción, con precauciones, de antiguos miembros de organizaciones fascistas. En este marco se inscribe la polémica, y muy contestada desde las organizaciones partisanas, amnistía promulgada en 1946, (Togliatti era ministro de Justicia) en la que se eliminan los antecedentes penales de los fascistas que habían sido depurados de la administración del Estado.
            El 3 de octubre del mismo año, 1944, en Florencia, Togliatti elabora definitivamente la cultura del nuevo partido comunista, señalando los tres caracteres que este partido debe tener. En palabras de Togliatti estos tres caracteres “Son entre ellos inseparables y son el uno condición del otro. Primero: El partido debe ser nacional. Segundo: debe ser de gobierno. Tercero: debe ser de masas”. Este último aspecto se cumple rápidamente y en el año 1947 el partido ya cuenta con dos millones doscientos mil inscritos. Nos encontramos en un momento en el que, en el ámbito interno, la dirección de Togliatti emprende un trabajo dedicado a dotar al partido de características propias, un partido menos cerrado y una política de cuadros que promocione a los más jóvenes.
            Estamos aquí en un momento histórico, en el que el partido italiano está siguiendo un desarrollo propio no visto en ningún otro caso europeo, en un momento en el que, también, el partido colabora en el gobierno, y en lo que será muy importante para el partido y para Italia, en la elaboración de una nueva Constitución. La participación de los comunistas en colaboración con otros grupos de izquierda y los sectores más progresivos de los partidos católicos consiguió introducir importantes elementos de democracia social. El artículo calificado por algunos de “subversivo” de la nueva Constitución italiana es el tercero: “Es misión de la república suprimir los obstáculos económicos y sociales que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana y la participación efectiva de todos los trabajadores en la organización política, económica y social del país”. El mismo artículo introductorio de la citada Constitución es bien innovador: “Italia es una república democrática, basada en el trabajo”; la propuesta original de los comunistas era: “Italia es una república democrática de trabajadores”.  Un paso importante, el texto constitucional, pero como siempre la falta de aplicación del texto escrito se hizo patente desde los primeros momentos -con la utilización de la Mafia para reprimir al movimiento antilatifunidista por ejemplo- y ha continuado desarrollándose hasta nuestros días con los furiosos ataques del berlusconismo hacia el texto constitucional.
            La siguiente fecha clave para el comunismo italiano, y para todo el movimiento comunista internacional, es  febrero de 1956 y el XX Congreso del PCUS. Kruschev anuncia que el campo socialista es ahora un sistema mundial, la guerra no es inevitable, y cada país tendrá su vía al socialismo. La lectura de la relación de Kruschev suponía un hálito de esperanza para los partidos occidentales que vislumbraban, en la soviética, una sociedad con capacidad de reformarse.  El conocimiento en días posteriores del segundo informe (secreto) de Kruschev, en el que enumeraba y denunciaba los crímenes de Stalin, produjo una conmoción aún más fuerte y fue incluso puesta en duda su veracidad durante varios meses. En un famoso encuentro del Comité Central del PCI, Togliatti afirma refiriéndose a lo denunciado por Kruschev: “No lo sabíamos y no lo podíamos imaginar”. ¿No lo había sabido y no lo había podido imaginar desde el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista? En el mismo año tiene lugar el VIII Congreso del PCI en el que definitivamente se lanza la “Vía italiana al socialismo”; el informe de Togliatti al congreso lleva precisamente ese nombre. No se trata de un cambio en la línea política, sino de una consolidación de la que se había desarrollado desde 1944. El grupo dirigente continúa siendo el mismo hasta el IX Congreso, en 1959; en éste queda excluido todo el viejo grupo salido de la Resistencia y se produce una importante renovación generacional en los cuadros del partido.
            Los últimos años cincuenta y, sobre todo, el inicio de los sesenta, suponen para Italia el inicio de la estabilización y del desarrollo industrial acelerado, la composición social cambiaba y las ciudades crecían tumultuosamente. Estaba naciendo un nuevo proletariado y un nuevo movimiento obrero. Frente al análisis inmovilista de las organizaciones tradicionales de la clase obrera que continuaban fieles al “desarrollo progresivo de las fuerza productivas” como motor  de la marcha de la humanidad, nacían experiencias que pretendían interpretar y actuar ante las nuevas realidades superando la vieja idea productivista. En este sentido, tuvo especial importancia la experiencia de un grupo de jóvenes teóricos italianos, algunos procedentes del PCI, otros del Partido Socialista, (Panzieri, Tronti, Alquati, Asor Rosa) que fundan en junio de 1961 la revista Quaderni Rossi. Esta revista, dedicada al estudio de los cambios producidos en la clase obrera y en el propio capitalismo en los primeros años sesenta, marcará el nacimiento de todo un modo de interpretar el marxismo: el operaismo. Quaderni Rossi tendrá una vida bastante corta y sólo se continuará publicando hasta mayo de 1965. En febrero de 1964 varios miembros (Toni Negri, Tronti, Asor Rosa, Alquati) salen de la redacción y fundan la revista Classe Operaia. De la evolución de ésta surgirán diversos grupos como Autonomía Operaia y Potere Operaio que jugarán un papel muy importante en las luchas de los años setenta.
            La contribución teórica de esta corriente está fuera de toda duda. La definición del “obrero masa” como nuevo sujeto productor neocapitalista, técnicamente no cualificado, en relación como la anterior figura dominante el “obrero de oficio”, que está “subjetivamente expropiado” y “realmente subordinado” al capital y, que aún más, se encuentra sin raíces sociales y políticamente sin tradiciones, y que, a pesar de todo, es portador de una fuerza conflictual muy fuerte, o el concepto “composición de clase” como un intento de explicación de la relación entre las características técnicas, objetivas, que presenta la fuerza de trabajo en un momento histórico concreto, y lo que constituyen las características políticas, subjetivas, son buena muestra de la importante aportación de esta corriente al bagaje teórico del movimiento obrero.
            Puede sorprender todo esto a los que conozcan las actuales posturas de los herederos del “operaismo” que han caído en la adoración de mitos que guardan poco contenido en su seno. Adoran la idea de la sociedad postindustrial que parece venir a confirmar la vieja idea de la fábrica que se difumina y diluye en la sociedad, hasta desaparecer. Adoran el mito del “fin del trabajo” y han vuelto a abrazar el determinismo tecnológico, llegando a teorizar la capacidad de sustraerse del sistema a través de la práctica el éxodo. Un éxodo que sería posible debido a que la dirección capitalista es cada vez más simbólica y, al mismo tiempo, está cada vez más desligada de la producción material y de la fábrica. En definitiva, la posibilidad de una nueva “alianza de productores” similar a la defendida por el PCI en sus peores años. Seguramente para ese viaje no habían hecho falta alforjas, pero de todos modos, la aportación positiva de las primeras elaboraciones teóricas y su impacto en el movimiento obrero no pueden ser canceladas.
            Respecto a la situación en el Partido Comunista, los primeros años sesenta suponen un renacimiento de las luchas sindicales, el surgimiento de nuevos movimientos relacionados con los temas del antifascismo y el antiimperialismo y la emergencia de una nueva intelectualidad más modernamente marxista; frente a todo esto, la organización del partido aparecía en un declive lento pero constante. El número de militantes había caído en diez años en cerca de 500.000, y esta caída se acentuaba entre los jóvenes. Las nuevas figuras sociales -estudiantes, jóvenes, obreros, técnicos- aunque eran muy cercanos al partido, no eran muy proclives a sus modos de vinculación y a sus rituales. Un fenómeno de separación entre partido y sociedad era ya, en este momento,  reconocible. El “partido nuevo” construido por Togliatti ya manifestaba sus primeras crisis y un riesgo de involución gradual e imparable.
            Eran tiempos en los que el partido, que hasta ahora había estado siempre a la defensiva, necesitaba cambiar y tomar la iniciativa. En los primeros años sesenta -aún en vida de Togliatti- se comenzaron a forjar dos líneas muy distintas en el interior del partido: la derecha, que tenía como figura visible a Amendola, y la izquierda, cuyo líder más significativo era Pietro Ingrao. El ala derecha se nutría de la vieja teoría de los límites del capitalismo y de su imposibilidad de continuar desarrollándose e innovando, mientras que la izquierda, más pegada a la realidad, vislumbraba los cambios en la composición tanto del capitalismo como de la clase obrera y pretendía volver a poner al orden del día la cuestión de la “revolución italiana”, tal y como la había denominado Togliatti. Una línea de clase, puesta al día e inteligente, sobre esto se construye la izquierda del PCI. De todos modos este enfrentamiento permanecerá semioculto desde los últimos años cincuenta hasta 1964.
            En 1964 la muerte de Togliatti saca a la luz todas estas diferencias que permanecían aún larvadas y con el dirigente histórico apenas sepultado, el líder del ala derecha del partido, Amendola, propone la unificación con el Partido Socialista, cerrando así el paréntesis abierto con el Congreso de Livorno, en el que se produjo la separación.  La izquierda se opuso abiertamente, junto con el futuro secretario general del partido, entonces dirigente de las juventudes, Achille Ochetto.  La idea fue dejada a un lado y el debate silenciado al conjunto de la organización. El XI Congreso que se celebra en 1966 supone la emergencia de todos estos debates, que se habían desarrollado de un modo más o menos encubierto. El enfrentamiento entre derecha e izquierda se desata. Dos concepciones distintas sobre el neocapitalismo y dos concepciones distintas sobre las alianzas y el proyecto alternativo. La izquierda de Ingrao  pretende redefinir el togliattismo  y levantar un proyecto alternativo orgánico y para un largo período, un “modelo alternativo de desarrollo”, con su propia coherencia interna y orientado a una crítica más radical del capitalismo moderno.
            Este Congreso se saldó con la alianza del centro y la derecha, y la rotunda derrota de la izquierda seguidora de Ingrao. Los meses posteriores estuvieron marcados por la represión hacia los perdedores, que fueron enviados a destinos alejados de los centros de decisión del partido y relegados a responsabilidades secundarias. En la secretaría general continuaba Luigi Longo mientras que se perfilaban como candidatos a la sucesión: Enrico Berlinguer (ligado a Togliatti), Giorgio Napolitano (el recientemente nombrado presidente de la República) que era el candidato de la derecha del partido y Mario Alicata como candidato del centro. Berlinguer es apartado de la dirección por una intervención considerada “poco severa” con los seguidores de Ingrao, pero será nombrado vicesecretario del partido por Longo tres años más tarde.
            Con este escenario de división y enfrentamiento llegamos a 1968, que comienza con la experiencia “original” del partido checo dirigido por Dubcek, continúa con el Mayo francés y culmina en agosto con la invasión soviética de Praga. En todos estos temas se constata la divergencia en el interior del partido. Luigi Longo califica la invasión de Praga como un “trágico error”, mientras que algunas de las figuras del ala izquierda, como Luigi Pintor, afirman que no se trata de un trágico error sino que es la lógica consecuencia de aquello en lo que se había convertido la Unión Soviética. Las cosas empiezan a acelerarse y ese mismo año la preparación del XII Congreso supone una oportunidad de reagrupamiento para la izquierda, que votará en contra de las tesis oficiales, pero obtiene pocos apoyos durante los debates.
            Esta derrota, y la falta de cauces de expresión, fue lo que decidió al grupo de la izquierda del PCI a abordar el proyecto de fundar una revista, de carácter mensual, que sirviera como altavoz de sus ideas. En ese proyecto se implicaron parte de los mejores intelectuales de la izquierda comunista italiana, Rossana Rossanda, Luigi Pintor o Lucio Magri entre otros. La fundación de esta revista, Il Manifesto, supuso también una cierta división, ya que varios de los más conocidos miembros del ala izquierda no les siguieron en su experiencia y quedaron fuera militantes tan significativos como el propio Pietro Ingrao, Bruno Trentin o Garavini.
            Luigi Pintor abría el primer número de la revista con un editorial que llevaba el significativo título: “Un diálogo sin futuro. El diálogo con la Democracia Cristiana”. En este editorial delineaba cuáles eran los motivos que habían llevado a la fundación de la revista. “Esta publicación nace con una convicción, que pensamos que no es sólo nuestra: la convicción de que la lucha del movimiento obrero, la historia misma del movimiento, ha entrado en una fase nueva; que muchos esquemas consagrados de interpretación de la realidad y muchos modos de comportamiento han perdido su validez irremediablemente; que la crisis social y política que nos rodea no puede ser vivida y afrontada con los habituales instrumentos de gestión... Los problemas que tenemos delante no son especiales o menores, sino generales y esenciales: se trata de percibir la naturaleza de la crisis que sacude al capitalismo maduro: las razones de la fractura del movimiento obrero y comunista; las vías de una transición hacia el socialismo en una sociedad “avanzada” como la nuestra, y las posibles condiciones de una unión entre los impulsos madurados en estos años y una tradición de medio siglo”.
            Este proyecto era verdaderamente original, un proyecto minoritario y fraccional, pero sólido y fundamentado y  que huía del sectarismo y del dogmatismo, algo realmente peligroso. La reacción de la dirección del PCI fue casi inmediata, y la propuesta de suspensión de la revista llevó un debate que duró cuatro meses y dos reuniones del Comité Central. En una tercera reunión se decidió la expulsión del Comité, y del Partido, del grupo impulsor de la revista; era noviembre de 1969. Curiosamente, años más tarde mostró su arrepentimiento y reconoció su error, el propio Pietro Ingrao, líder de la izquierda del PCI, quien también votó a favor de la expulsión de sus compañeros de “Il Manifesto”. En un artículo titulado “Mi error”, publicado en el número 41 (julio-agosto de 2003) de la revista de “Il Manifesto”, Ingrao reconoce que había perdido el contacto con sus amigos de la izquierda y que no había llegado a comprender el alcance del proyecto; también afirma, que en su decisión había pesado demasiado la trágica tradición estalinista del partido.
            Por fin el grupo había abandonado las esperanzas de construir un polo crítico en el interior del PCI y se abría un panorama lleno de anhelos y de entusiasmo. El objetivo no era contentarse con ser minoritarios, sino que  se pretendía  formar una organización a la altura de la crisis de la izquierda histórica y de las dimensiones del movimiento. Que uniese la radicalidad a las mejores experiencias de los comunistas, revisada, y depurada de politicismo.  Ése fue el objetivo durante muchos años, y en ese camino se produjeron debates y encuentros con diversos grupos y organizaciones; estos debates llevaron al acuerdo con Potere Operaio en 1971 y a presentarse unidos a las elecciones en 1972. Mientras tanto, en abril de 1971, se decide convertir el mensual en diario, con lo que aparece el primer diario comunista independiente de Europa. Se planteaba un periódico como instrumento político para los nuevos tiempos, con un funcionamiento asambleario y autogestionado en el que la burocracia no tuviera lugar. Un periódico comunista, también en el modo de funcionar. Aún hoy su cabecera sigue proclamando orgullosa “Il Manifesto. Periódico comunista”.
            Mientras tanto el alba del los años setenta auguraba malos tiempos para la izquierda. Pronto llegarían los años del  “Compromiso histórico”, pero eso ya será materia del segundo capítulo de este artículo.
II
Dejábamos la primera parte de este artículo en el final de los años sesenta del pasado siglo,  con un ascenso de la lucha de clases que se había materializado en las revueltas estudiantiles del 68 y las luchas obreras en el 69. Al calor de estas luchas, y en oposición a la pasividad, en algunos casos, o franca hostilidad, en otros, del PCI hacia éstas, habían nacido diversos grupos que pretendían recuperar la perspectiva revolucionaria dejada a un lado por un Partido Comunista, que se estaba convirtiendo en un instrumento directo para la integración de las masas obreras y estudiantiles en el sistema capitalista.
Muy pronto comienza la estrategia del Estado para criminalizar a todos estos grupos y a las luchas que no aceptan el marco institucional y que pretenden cuestionar el sistema. El 12 de diciembre de 1969 estalla una bomba en la Banca Nacional de la Agricultura, en  la Piazza Fontana, en Milán. Se cuentan 16 muertos y 87 heridos. Todas las indagaciones y sospechas policiales se dirigen a los militantes de la extrema izquierda, con numerosas detenciones y alguna muerte en comisaría en “extrañas circunstancias”.  La masacre de Piazza Fontana inaugura un largo período plagado de bombas y atentados que culminará con la última bomba que estalla el 2 de agosto de 1980 en la estación de Bolonia y en la que mueren 85 personas. En el origen de la estrategia de la tensión se hallan, sin duda, los servicios secretos italianos y los estrechos contactos establecidos entre los golpistas griegos y los grupos de la extrema derecha italiana. En abril de 1968 los responsables de los servicios secretos griegos explican a cincuenta neofascistas italianos cómo han utilizado el arma de la provocación de tal modo que se culpase de los atentados a la izquierda.
Mientras tanto, el PCI, que había celebrado en 1969 su duodécimo congreso, en el que redefine la vía italiana al socialismo, a través de una estrategia de reformas, definida como unitaria y democrática, que comprende un posible “encuentro” entre comunistas y católicos, da la espalda a las luchas obreras y estudiantiles y se centra en su actividad institucional, tratando de convertirse en partido de gobierno. Estamos en los primeros escarceos de un proyecto que ya se hallaba definido hacía tiempo en las mentes del ala derecha del partido, el “Compromiso Histórico”.
En 1972 el XIII Congreso del PCI concluye con la elección de Enrico Berlinguer, un político heredero de la tradición togliattiana, pero al que no se puede asociar directamente con el ala derecha del partido. Este congreso tiene lugar en un momento en el que se acelera el proceso de integración de Italia tanto en la OTAN como en la Comunidad Económica Europea. En la relación introductiva del Congreso, Berlinguer afirma: En un país como Italia, una perspectiva nueva sólo puede ser realizada con la colaboración entre las tres grandes corrientes populares: comunista, socialista y católica. De esta colaboración, la unidad de las izquierdas es condición necesaria pero no suficiente.
En julio del mismo año se integra en el PCI, el PSIUP (Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria), que había nacido en 1964 de una escisión del Partido Socialista. La decisión no es unánime y una parte del grupo dirigente da vida al PdUP (Partido de Unidad Proletaria) en el que se integrará el grupo Il Manifesto. El PdUP continúa su vida en la primera mitad de los años setenta, se presenta a las elecciones municipales de 1975 y a las nacionales de 1976, sufriendo sendas derrotas que producen la división y posterior disolución del partido.
Al día siguiente del golpe de estado en Chile, Berlinguer publica un ensayo en Rinascita, la revista del partido, en el que trata los principales problemas nacionales e internacionales y redefine la perspectiva estratégica del XIII Congreso como propuesta  de compromiso histórico entre las grandes corrientes populares de la historia y de la política italiana, la comunista, la socialista y la de inspiración católica. En el año 1975 el XIV Congreso del PCI aprueba el abandono de la propuesta de la salida de Italia del Pacto Atlántico y de la OTAN, justificado con una supuesta lógica gradual y compleja superación de los bloques, y el apoyo a un proceso de distensión nacional e internacional. La estrategia del compromiso histórico -afirma Berlinguer- no es sólo una propuesta de gobierno, sino una compleja hipótesis de transformación democrática de la sociedad.
Podemos barajar diversas teorías para justificar la decisión del grupo dirigente del partido comunista por esta propuesta. En primer lugar se debe considerar el clima de hostilidad, tanto nacional (los poderes fácticos, comprendida una importante fracción de la jerarquía religiosa), como internacional, respecto al acceso de los comunistas al gobierno de Italia. Esta hostilidad no sólo era, como pudiera pensarse, una cuestión norteamericana. Hay que señalar, por ejemplo, que en una reunión desarrollada en 1976, en Puerto Rico, que contaba con la presencia de los cuatro grandes de Occidente, fue el líder socialdemócrata alemán Helmut Schmidt, el que propuso cortar todas las ayudas financieras a Italia en caso de la formación de un gobierno con presencia de los comunistas. En segundo lugar, se desarrolló por parte de la dirección comunista un análisis que resultó ser profundamente erróneo: el comienzo de la crisis económica del capitalismo, al principio de los setenta,  era el signo de una creciente incapacidad de este sistema para hacer frente a sus contradicciones internas, evitar la recesión y afrontar un nuevo desarrollo. Los hechos demostraron claramente cuán erróneo era este análisis; mientras que Berlinguer pensaba en la posibilidad del resurgimiento del fascismo, la derecha, después de la cancelación de Bretton Woods y la crisis energética se reorganizaría sobre bases distintas al fascismo.
En cuanto a las raíces ideológicas del compromiso histórico son también diversas las teorías formuladas. Desde la que plantea que se trataba de un gramscianismo mal entendido o exagerado, que se traduciría en la búsqueda de alianzas con  los católicos, basadas en privilegiar las consideraciones éticas con respecto al análisis de clase. Esta conclusión flaquearía o haría resaltar más la mala interpretación de Gramsci, ya que si este hubiera sido el camino elegido se hubieran también privilegiado las relaciones con los nuevos movimientos surgidos a partir del 68, expresadas en las luchas estudiantiles, en la lucha de las mujeres, en la ecología, o en las nuevas problemáticas expresadas en las luchas obreras. Más que a una inspiración gramsciana parece que el compromiso histórico responde a una relectura de Togliatti, eso sí, mecanicista y reductiva. Para Berlinguer se trataba de afrontar una renovación nacional que permitiese recuperar la unidad antifascista entre las grandes corrientes populares que habían permitido la elaboración de la Constitución: encarando así, la segunda etapa de la revolución democrática y antifascista en la cual, para Berlinguer, se debería traducir la política de compromiso histórico.
Es necesario reconocer que la propuesta del compromiso histórico recibió un importante consenso tanto fuera como dentro del partido comunista, al menos hasta las elecciones de 1976 y fue uno de los factores que llevó al considerable éxito electoral alcanzado en esos años. Era una política cuya ambigüedad servía para, de un lado, acercarse al centro laico y católico, haciendo caer algunos viejos prejuicios anticomunistas, y de otro, permitía un debate con la Democracia Cristiana que cuestionaba su sistema de poder, el clientelismo y la corrupción, apareciendo como una propuesta alternativa y de profundo cambio en la dirección de Italia. Una vez dicho esto, tenemos que constatar que el fracaso fue rotundo y marcó una línea extremadamente perniciosa para el comunismo italiano. Un hilo argumental que podemos encontrar aún en la experiencia de los Demócratas de Izquierda. En primer término, la aceptación de la integración de los comunistas bajo el paraguas de la OTAN constituía una grave e irreversible renuncia que implicaba la idea de que el capitalismo y su forma política habían vencido o debían vencer. En segundo lugar, la aceptación de la producción como bien de todos, respecto a los intereses de la clase, coloca al partido contra todo el movimiento de base que se desarrollaba en las fábricas y en las universidades, y también contra los propios sindicatos.
Como decíamos más arriba, en el año 1976 el PCI consigue sus mejores resultados en las elecciones (34,8% en el Congreso y 33,8% en el Senado), la vía elegida es la de dar al país un gobierno de estabilidad, que se traduce en la abstención ante el gobierno monocolor de Andreotti. El año siguiente, Berlinguer concreta su propuesta por una “política de austeridad”, para actuar juntos en el saneamiento de la economía nacional y las necesarias reformas institucionales. Es la llamada política de “solidaridad nacional”. El acercamiento entre la Democracia Cristiana y el PCI lleva a una nueva ocupación de las universidades, conducida por el movimiento autónomo. Al mismo tiempo los grupos armados, entre los que destacan las Brigadas Rojas y Primera Línea, intensifican sus acciones y comienzan los atentados mortales. Surge el último estallido consecuencia de la revuelta juvenil iniciada en 1968, es el llamado “Movimiento de 1977”. Este movimiento se enfrenta directamente al PCI  y al mismo tiempo critica a los grupos de la izquierda extraparlamentaria acusándoles de burocratismo. En febrero de 1977 se agudiza el enfrentamiento de este movimiento con el PCI cuando Luciano Lama, secretario general de la CGIL, es expulsado de la Universidad de Roma, que había sido ocupada, y cuando, en Bolonia, la principal ciudad gobernada por los comunistas, una revuelta, propiciada por el asesinato de un estudiante, es reprimida por blindados de la policía. El movimiento de 1977, carente de bases y referencias, se extingue inmediatamente después de la Conferencia de Bolonia.
En el año 1977 se produce un primer intento de plasmar el proyecto del compromiso histórico mediante las reuniones celebradas entre el líder de la derecha del PCI, Amendola, y el político centrista La Malfa; los contactos fracasan por diversos desacuerdos con sectores de la Democracia Cristiana y de la socialdemocracia. En Marzo de 1978 nace un nuevo gobierno presidido por Andreotti; la inclusión en éste, de notables anticomunistas como Antonio Bisaglia, supone la retirada del apoyo por parte de Berlinguer, situación que durará poco.  Aldo Moro, que era favorable a la colaboración con los comunistas, es secuestrado en el día que debía votarse una moción de confianza; este hecho y el posterior asesinato de Moro, hacen que el PCI decida abstenerse en la votación y continuar manteniendo el compromiso histórico con reservas.
Poco después de la muerte de Moro, el PCI vuelve a la oposición. La dimisión del presidente Giovanni Leone hacía presuponer que la elección de un nuevo presidente, Sandro Pertini, provocaría la dimisión de Giulio Andreotti; bien al contrario, Andreotti no sólo no dimite sino que corta las relaciones con el PCI. De este modo acaba, abruptamente, la etapa del compromiso histórico.
La larga fase del conflicto social inaugurada en Italia en 1968  concluye en otoño de 1980 con una dramática lucha que dura 35 días, se desarrolla en la fábrica de la Fiat y  terminará con una clara derrota que marcará el posterior desarrollo del movimiento sindical. El PCI, tras el fracaso del compromiso histórico, decide implicarse en la lucha hasta el punto de que Enrico Berlinguer celebra un mitin en los alrededores de la fábrica en el que garantiza el total apoyo del partido en caso de ocupación por parte de los trabajadores. Eran los últimos estertores de la lucha obrera contra el neoliberalismo. Como dijo en su día Rossana Rossanda, Berlinguer se acercó a las puertas de la Fiat demasiado tarde.
En 1984 Berlinguer muere en Padua, y el XVII Congreso del PCI, anticipado por la desilusión por las elecciones regionales del año precedente, se caracteriza por el intento de integrar al PCI en la izquierda europea, liquidando cualquier residuo, incluso crítico, de su pertenencia al movimiento comunista mundial. Un pequeño grupo, liderado por Armando Cossutta, se presenta explícitamente como oposición, polemizando particularmente con las posiciones del Partido sobre el socialismo real. En 1984 había sido elegido como secretario general Alessandro Natta, que es confirmado en su puesto. En contra de lo que pareciera lógico, los puestos de mando no son copados por los viejos togliattianos de derecha (Napolitano, Chiaromonte...) sino por los jóvenes dirigentes de las Juventudes (D’Alema, Ochetto, Veltroni). Estos jóvenes “nihilistas” serán los que comandarán el posterior proceso de disolución y mutación de la identidad comunista italiana.
En mayo de 1988 las elecciones administrativas traen el éxito del PSI y el mantenimiento y reforzamiento de las posiciones de centro en la Democracia Cristiana,  mientras el PCI desciende ligeramente. Alessandro Natta envía una carta de dimisión al Comité Central, el cual designa a Achille Ochetto como nuevo secretario.
En marzo de 1989 Ochetto concluye los trabajos del XVIII Congreso del PCI definiendo la perspectiva del nuevo curso del Partido Comunista Italiano. El Secretario incide en la lógica de la interdependencia y la superación de la cultura y la acción política del período de la guerra fría, “en la búsqueda de un desarrollo abierto a los intereses comunes de toda la humanidad, con el reconocimiento del valor universal de la democracia”.
El 12 de noviembre Ochetto interviene en una manifestación de los partisanos en la Bolognina y recuerda que Mijail Gorbachov, antes de afrontar las “profundas transformaciones” en la Unión Soviética, se dirigió a los ancianos que derrotaron al ejército hitleriano, para que comprendiesen que eran necesarios grandes cambios, que era necesario no continuar por “los viejos senderos” y que había que inventar nuevos caminos para unificar las fuerzas de progreso. La suerte estaba echada. En 1990 fue convocado un Congreso extraordinario en Bolonia, el XIX del PCI. Tres fueron las mociones presentadas:
-Dar vida a la fase constituyente de una nueva formación política. Ésta fue la moción presentada por el secretario general y cuyo objetivo declarado era la construcción de una nueva formación política.
-Por una verdadera renovación del PCI y de la izquierda: Esta moción fue presentada por los llamados neo-comunistas (entre otros P. Ingrao, L. Castellina, G. Chiarante y A. Tortorella) en la que afirmaban la necesidad de un PCI que corrigiese su línea pero que no cambiase su naturaleza.
-Por una democracia socialista en Europa. Moción presentada por los llamados neo-ortodoxos, liderados por Armando Cossutta, y que defiende la negativa absoluta a la liquidación del partido.
El resultado final del Congreso es el triunfo de la moción de Ochetto que es reelegido secretario general y consigue el respaldo para llevar a cabo la liquidación del partido.
En 1991 tiene lugar en Rimini el vigésimo, y último, Congreso del PCI, en el cual se sanciona el nacimiento del Partido Democrático de la Izquierda. Ochetto resulta elegido secretario general de la nueva formación con el 72% de los votos. Se presentan otras dos mociones al Congreso. La de Refundación Comunista (suscrita entre otros por P. Ingrao, A. Natta, L. Magri, A. Cossutta, S. Garavini, L. Castellina) y otra con el título Por un moderno partido antagonista, suscrita, entre otros, por Mario Tronti y Alberto Asor Rosa.
A partir de aquí, una historia que conocemos mejor. Un Partido Democrático de la Izquierda que pretendía ser heredero de las mejores tradiciones del PCI y que ha terminado por abrazar el neoliberalismo y por participar, de modo criminal y vergonzoso, en el bombardeo de la OTAN a la Republica Federal de Yugoslavia. El intento de Refundación Comunista, en un primer momento comandado por los “integristas togliattianos” capitaneados por Cossutta, sufrió un importante giro con la llegada a la secretaria general de Fausto Bertinotti, un político al que no podemos definir como de la “tradición comunista” sino como un socialista radical. Bertinotti tras una breve militancia en los Demócratas de Izquierda se afilia a Refundación y su llegada a la secretaria general inaugura una primera etapa, en la que una privilegiada relación con los movimientos sociales y una acertada comprensión de la intervención en las instituciones, llenan de ilusión y esperanza a la recuperación de la perspectiva comunista. Más recientemente el personalismo evidente de Bertinotti, la “gobernabilidad” y la falta de paciencia en la relación entre el resultado electoral y la apuesta por los movimientos sociales han producido un nuevo giro en Refundación en el que parece haber abrazado presupuestos más institucionalistas. En fin, la historia del comunismo continúa...
A modo de epílogo
 En un momento histórico en el que el comunismo y la perspectiva socialista caminan, al menos en nuestra desarrollada Europa, por los senderos de la marginalidad y el minoritarismo, es imprescindible que más que tratar de buscar culpables o traidores, o refugiarnos en explicaciones simplistas: “todo es un problema de dirección”, intentemos  sacar conclusiones y comprender cómo se han desarrollado los procesos, cuáles han sido las implicaciones ideológicas y culturales, y cómo éstas han condicionado el desarrollo de los distintos intentos de construcción del socialismo que hemos conocido.
La primera parte de este artículo comienza, intencionadamente, en el momento crucial en el que está terminando la Segunda Guerra Mundial y en el que la Italia liberada se plantea la disyuntiva entre continuar con un proceso revolucionario o construir un partido comunista de masas influyente. La verdadera refundación y giro que imprime Togliatti al partido marcarán la futura historia del partido italiano; en mi opinión, la marcan hasta nuestros días. De todos modos, el debate sobre si la elección togliattiana fue la acertada o si fue una traición a la revolución italiana no me parece en estos momentos  trascendental. Que el fermento revolucionario estaba en marcha y que gran parte del pueblo apoyaba la continuidad revolucionaria es evidente, está claro también que los objetivos de Togliatti se cumplieron: se construyó el partido comunista más potente en influyente de Occidente y este partido tuvo el apoyo de las masas durante una gran parte de su historia.
Más interesante y útil para nosotros, los y las militantes que pretendemos sacar la propuesta comunista de la insignificancia en la que se encuentra inmersa, es comprender cómo ese partido conectado con las masas fue perdiendo su influencia y tomando un camino errático que culminó en un desplome comparable al de los regímenes del socialismo real. Que el hundimiento del gran partido comunista occidental fuera el más estrepitoso de todos, y se produjese en paralelo al de los países del Este europeo, puede resultar especialmente paradójico, ya que el partido italiano fue, seguramente, el que trató de distanciarse más de las directrices de Moscú y construir una experiencia muy relacionada con las peculiaridades de la historia y la vida nacionales. Pese a ese distanciamiento, es necesario reconocer que la crítica no fue suficiente, y que ésta no pasó de las meras declaraciones, mientras que el miedo a que se montase una escisión, al estilo de la española con el partido de Líster, paralizaba una toma de posición más firme.
Mientras que en la situación de post-guerra, un político eminentemente práctico como Togliatti -admirado fundamentalmente en esa dimensión por alguien tan poco sospechoso de seguidismo de la línea oficial soviética como Manuel Sacristán-  fue capaz de comprender cuál era la situación nacional e internacional y conseguir un partido influyente, sus sucesores no supieron acertar en sus análisis y pretendieron aplicarlos de modo mecánico y descontextualizado históricamente. Así la consigna togliattiana de “alta productividad y altos salarios” chocaba de frente con la auténtica “revolución pasiva” llevada a cabo por el capital internacional a raíz de su crisis de los años 70. Los dirigentes comunistas italianos, como tantos otros, no fueron capaces de entender que el capitalismo, no sólo no estaba al borde del derrumbe, como creían sinceramente algunos de ellos, sino que estaba a punto de lanzar un violento ataque en el que se jugaba su propia existencia.
Los nuevos sujetos sociales que expresaban un fuerte antagonismo con el sistema y que habían irrumpido, liderados fundamentalmente por los jóvenes estudiantes y obreros, en los últimos años sesenta, fueron ignorados por parte de unos partidos comunistas que, haciendo dejación de lo fundamental del análisis marxista, eran incapaces de comprender los nuevos e ilusionantes escenarios. Este error motivó que todo este nuevo caudal de potencial revolucionario y transformador se organizase por su cuenta, en algunos casos cayendo en infantilismos individualistas, y que posteriormente, se fuese diluyendo hasta, en muchos casos, terminar integrándose en el sistema. Las últimas posibilidades del PCI de recuperar su rumbo se produjeron con las ocupaciones de la Fiat en los primeros años 80, pero todo al final fue un espejismo. Un partido al que se podría comparar con un dinosaurio: un gran, enorme, cuerpo y una cabeza muy pequeña, que terminaría derrumbándose con la facilidad y el estruendo propios del mastodonte sin rumbo en el que se había convertido.
La historia del comunismo en Italia, y en el resto del mundo, no ha terminado, los agoreros del fin de la historia se han visto obligados a plegar velas y hay pequeñas luces en el horizonte, fundamentalmente en América Latina -nuevamente la revolución contra El Capital de Gramsci-, que señalan la esperanza para la perspectiva comunista. El comunismo italiano del siglo XX aportó mucho al caudal de experiencias que nos debe servir para nuestra paciente tarea de refundación: por una parte la construcción de un partido de masas, fuerte e influyente, que supo ser muy importante para el conjunto del pueblo italiano e influir en la sociedad consiguiendo una vida mejor para la clase trabajadora. Por otra el surgimiento de diversas experiencias al margen del partido oficial, tan importantes como el Operaismo y la Autonomía de los primeros años o la aventura del grupo Il Manifesto. Seguramente cualquier análisis realista de la historia llegaría a la conclusión que ni la vía oficial ni la “alternativa”, al final,  consiguieron gran cosa. Esto sólo es cierto, en mi opinión, a medias, sobre todo si lo comparamos con la situación en nuestro país. Al menos tres partidos de considerable tamaño (DS, Rifondazione y PDCi)  se reclaman en nuestros días herederos de la tradición del PCI y Il l Manifesto continúa publicándose como diario comunista.
No todo está perdido, la experiencia italiana lo demuestra. Intentar reproducir experiencias históricas o formas organizativas sin analizar la historia y los sujetos sociales no lleva a otra cosa que al fracaso. Quiénes condenan las vías no violentas al socialismo para descalificar por ejemplo, la experiencia de la revolución bolivariana en Venezuela, con el gastado argumento de la derrota de Allende en Chile, deberían reconocer, también, que, al menos en Europa occidental, todas las experiencias insurreccionales habidas desde la gran Revolución de Octubre han terminado en derrota. El Socialismo del Siglo XXI, o más bien, los Socialismos del Siglo XXI, dependen de todos nosotros, no sólo de las vanguardias, sino fundamentalmente de las masas. La historia la hacen los pueblos, y la lucha de cada uno de ellos es la única que podrá conseguir la emancipación de la humanidad, o lo que es lo mismo, el comunismo.