¿Es posible hablar de clases sociales, más en concreto de
clase obrera o trabajadora, sin procesos de lucha o sin la existencia de una
cultura autónoma común? Creo que no, afirmar que “existe” clase obrera nada más
que por el lugar que un determinado
colectivo humano ocupa en el proceso de producción es demasiado reduccionista y
nos presentaría un concepto de clase demasiado débil y muy discutible, aunque resulta
evidente que existe una legión, tal vez cada vez mayor, de trabajadores por
cuenta ajena. Prefiero un concepto más fuerte de clase, más ligado con la
historia y con la cultura, esto es, una clase que es producto de compartir
experiencias de lucha y que elabora una cultura común, autónoma, como
consecuencia de sus vivencias y distinta de la de los capitalistas.
¿No es
acaso la disolución de la cultura de la clase trabajadora el gran triunfo del
capitalismo? ¿Cómo es posible que, en unos años, hayamos pasado del orgullo de
ser obrero a la vergüenza por serlo y a querer ocultar esa condición bajo el
pretexto de su temporalidad? ¿No resulta llamativo que la imposición de un
modelo cultural (en el sentido más amplio del término) único haya sido, previa
disolución de la cultura obrera, una de las tareas en las que ha invertido más
esfuerzos el Sistema? Solo recuperando su autonomía será posible que la clase
trabajadora empiece a abordar procesos de reconstitución, casi empezando desde
cero, que superen al abismo que media entre la “clase en sí” y la “clase para
sí”.
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